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Balcón de la calle angosta


Cuando yo aún no sabía  
que los balcones hablaban,
pasé una vez frente al nuestro,
pues quise ver como estaba
con el paso de tanto tiempo.


Aquel rincón de pasiones,
que de joven utilizaba
para besarte en la boca
sin que nadie lo supiera.
Lo encontré como si nunca
hubieran pasado los años,
y nadie le hiciera daño
al nicho de mis pasiones…
balcón de la calle angosta.


Me acerqué a él con cautela,
creyendo ver aún la tela
de tu vestido de encaje.
Tu la reina, yo el paje
a tus pies siempre tendido.

Al comprobar que él escuchaba
el lamento de un amante,
arrimé el oído despacio
rozando sus rugosidades.

 

Confesando las necedades
de los amores perdidos,
y en voz tenue pero firme
le lancé varias  preguntas.
Cuéntame que fue de ella,
y si anotó en su íntimo diario
el nombre de aquella estrella,
que con paciencia mostrara
el amante navegante.


¡Ah, si fueras menos cemento!
y un poco de alma tuvieras,
me dirías como sucedió aquello
de perder algo tan bello.
Con lágrimas en los ojos
yo, que ya te di por muerto,
pensé en anotar ahí mis penas
sobre tu piel gris elefante.


Y al querer utilizarte
como lápida de mis sueños,
sentí como respirabas,
me contabas, me susurrabas,
imitabas mis gemidos!

Milagro de cosa inerte!!
me sorprendió verte con vida,
y nervioso pasé mis manos
por la superficie en relieve.


Ahí pude por fin escuchar,
que los amores de antaño,
por más que pasen los años,
no se van del todo... nunca.
Se quedan como enganchados
en las aristas del alma,
hasta que llegue el otoño
de ambas vidas separadas.


Los verás siempre observando
tranquilos el horizonte,
como un amor de colegio
que mira siempre adelante
desde un lugar de privilegio...
el balcón de la calle angosta.

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