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El hombre que antes fue mujer

 


Sucedió en el campo. En un balneario conocido.
Filemón, el fogonero de la fábrica local, retozaba con su novia en las cristalinas aguas del hermoso arroyo. Se tiraban desde un sauce que curvado por los años rozaba casi el agua, cerca de unas piedras de puntas amenazantes.
Recuerdo que aquella tarde, el cálculo no fue bueno y mi amigo torpemente, golpeó contra una saliente, la cabeza con mucha fuerza.
Es cierto que no murió, pero a resultas del impacto algo se alteró en su mente.

Se le "cayó una estantería" mental.
Detrás de ella, descubrió un pasillo que le condujo de inmediato a lo que era su vida anterior. Así supo que antes, allá en el comienzo de los tiempos él.... era mujer.
Y si bien eso no es, exactamente, un "déja vu", él insiste en  rememorar la historia.
Después de eso. Cada día, va recordando más y más detalles de lo que fue antes. Le apasiona relatarlos. Pero solamente a mi.

Y lo hace en voz muy baja....
He notado que para que hable, debemos estar cerca del agua. A orillas de un río por ejemplo o en el mismo mar. Alli la mente trabaja y viaja hacia su pasado. He de cuidar los detalles. No reirme de sus relatos y si es posible: fumar.
-"El humo ayuda muchísimo",- me dijo la última tarde.
(Desde entonces, cada vez que mi interlocutor pronuncia la palabra "Deja vú" corro a buscar mi vieja grabadora.)
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Confiesa mi rudo amigo, en esos momentos de trance:

Allá por el año mil veinte, entre turcos y bizantinos  se desarrollaron Las Cruzadas.

Eramos varias muchachas de 16 años en un Palacio Real. No se que hacíamos allí. Lo más probable es que hayamos buscado refugio hasta tanto pase la guerra. Mis cuatro amigas y yo teníamos algo en común...éramos vírgenes.
Conversábamos y bordábamos no se que túnicas todo el tiempo. No había hombres.
De tanto en tanto, el rey, hacía gala de su poderío y le gustaba bromear con nosotras.
Corríamos jugando por los jardines y eso, sin falta lo excitaba, pero siempre que trataba de llevarse a una de nosotras a los reales aposentos, el anciano monarca caía rendido a nuestros pies. Y al terminar el juego, todas nos retirabamos riendo e intactas.
Recuerdo nuestra ropa con gracia - me dice Filemón el fogonero-.

Al no haber las delicadas telas de ahora, todo era rústico entonces.
Además, como crecimos sin hombres a la vista, no conocíamos la coquetería.
Hay un tejido que hoy llaman "arpillera". Ese, el que se usa para hacer bolsas. !!!
Pues, no me vas a creer que en palacio, tal tela era la predilecta.
Nos vestíamos con eso.
Detente, no te rías.

Por que hay más (dijo mirando al suelo). Y agregó despacio:
-La usábamos encima y también abajo.
-Como ?
-No me preguntes tanto. Me da vergüenza seguir. Es que ...seguro que hay damas escuchando y no se......si continúo en trance o lo dejamos aquí.
A las mujeres no nos importa tanto el hecho de que no haya hombres en la ciudad.
Como se fueron todos a la guerra, nos acostumbramos a vivir con el rey mirando de lejos lo que hacíamos nosotras.
En las tareas del campo, veíamos labrando y cosechando solamente a las demás mujeres trabajando al sol.
Las mirábamos por encima de las murallas del palacio. Nos daban lástima la forma en que se esforzaban alzando fardos de heno y hundiendo palas en el barro.
-Sigue amigo - le dije a File - tratando de que no salga del trance. (Había yo notado que se distraía cada vez que pasaba una ambulancia por nuestra avenida. Y el hecho de tener un hospital cerca, entorpecía la charla. Cuando eso ocurría le salía voz de hombre rudo. Al volver el silencio, era de nuevo...mujer).

-Recuerdo -dijo- mi ropa. Unas polleras anchas y pesadas, que debía levantar para caminar tranquila. Ahora, en mi mente....veo mi ropa interior...muy rudimentaria y áspera.
-Me imagino -le alenté a que siga-.
-Si...Muy áspera esa tela. No se si tu sabes -continuó Filemón el foguista- que abajo, somos muy delicadas. Somos suaves y exigentes con los roces. Como te explico ?: Todo funciona con roces en nuestro mundo femenino.
Y yo quería seda. Una noche el rey me habló al oído. Me prometió esa tela si era más amable con él. Me puse roja de ira. Pero al terminar de correr sendero abajo, donde encontré charlando a mis amigas, les confesé que a pesar del desagrado que me producía el anciano monarca, extrañas humedades poblaban mi entrepierna.
-No !
-Sí, y todas pedí consejos. Y consejos me dieron.
Me dijeron que cuando regresen los guerreros los iba a conocer.
Y de ellos...uno me amaría tanto, como yo a él.

-Y que es el amor ?, pregunté avergonzada.
Nadie lo sabía, pero habló la más serena de nosotras.

-Amor es locura -dijo-. Es la sensación de la pérdida del equilibrio. Es dejar de discernir. Faltar a la lógica y a la ciencia.
Amor es -continuó diciendo mi amiga- Amor es inclinarse hacia las peligrosas pendientes de un abismo para tratar de ver más allá del horizonte. Caminar por la cornisa de la vida siguiendo un mapa imaginario hacia la felicidad. Y en el intento...puedes lograrlo o resbalar debido a unas piedrecillas que llaman "engaño."
Como ves, es un hermoso castillo de cristal, tan imponente como frágil.
Tanto te puede dar vida, como quitártela de un soplo.
-Tengo miedo amigas...mucho miedo.
Porque aparte del anciano monarca, no conozco hombres. He visto el último que partía cuando yo era aún niña. Esta reclusión me convierte en ignorante de amores.
-Como es -en realidad- el hombre. Digo, el que voy a conocer ?

El hombre es un niño grande. No es selectivo como nosotras.
Quiere a una hembra porque la necesita urgente. Pero no importa mucho quien es.
Si ahora mismo se presentara, te raptaría. Pero si te escapas con decisión me llevará a mí, o a ella -dijo señalando a una morena asustadiza- Son de un nivel bajo.

Solo sirven para la guerra.
Debajo de un árbol añoso bordábamos todas las tardes enormes mantas para el invierno que se acercaba.
Irina, mi mejor amiga se iba a costumbrando a mis relatos de adolescente entrando al calor del volcán de la vida.
Algunas de mis historias se referían a mis pesadillas. Y varias de mis pesadillas tenían como tema central al sexo. Y cuando eso sucedía, Irina avisaba a las demás niñas, quienes -sabiendo en que iba a terminar todo- acercaban sus oídos para no perderse nada del sueño mojado en que se sumergía su protagonista y me observaban siempre con la boca abierta y sus inquietas manos no se detenían hasta ubicarse exactamente entre las dos piernas. Siempre era así. Y yo, que nunca había tenido una experiencia sexual, soñaba con exactitud los multicolores vaivenes de una orgía.

Vienen !

Una mañana se escuchó como la tierra se estremecía con un temblor.
Nunca habíamos escuchado eso.
Subimos presurosas a las almenas. En el horizonte, a lo lejos, se veía una enorme polvareda.
La hechicera del castillo enseguida se dio cuenta y gritó al cielo "LOS SOLDADOS, después de mucho tiempo....regresan los soldados". Corran  !!!!!! Huyan a esconderse !!!!
(Sigue contando Filemón el fogonero con un interminable cigarrillo entre las manos. De tanto en tanto me observa desconfiado. Sólo espera que me ría, para abandonar para siempre , el relato.)

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Entre todas corrimos a pasar la tranca al portón principal del castillo, que con un estruendoso chirrido se cerró.
Luego, subimos presurosas las enormes escaleras. A medida que avanzábamos, íbamos trancando puertas, siempre subiendo, sudando y corriendo.
Al girar en el último corredor real, frente a la recámara del ausente rey, me detuve a tomar aire y pensar.
Ya nadie había a mi alrededor. Subí con tanta prisa que perdí contacto con las otras cortesanas y despacio miré hacia los torreones. La polvareda -allá, en el horizonte- aumentaba de tamaño con los minutos. La puerta adyacente tenía una aldaba de oro.
Toqué, y entré a los aposentos del anciano monarca.
Sabía que él había huido y me sentí segura debajo de la monárquica cama de sólida madera.
Aproveché para leer e interpretar un pergamino, que al pasar había cogido, con el plano del edificio: Yo estaba en el lugar marcado en el plano con la palabra "dormitorios", pero me hubiera gustado estar abajo, en la "mazmorra". Allí, tal vez los desesperados soldados no me encuentren.


Filemón, el fogonero, me mira angustiado.
Suda profusamente.
Ya perdió la calma que mostraba al recordar su vida pasada.
Va perdiendo seguridad y se enfrenta -en este momento- a una crisis de identidad.
Soy hombre ! -me dice, arrugando la frente- pero era mujer en ese castillo. Y sin darme cuenta, ya estoy pensando como una fémina !!!!
Ayúdame amigo. Que no me quede yo pegado a ese vestido y lo que hay adentro !!!
Siento una rotura entre mis piernas y entra frío por debajo de la amplia pollera.
Soy hombre y estoy en el presente !!! Dime que si. Que estoy acá en este siglo y que apenas estoy contando lo que fui hace siglos. Dímelo !!!
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-Tranquilo Filemón. Sólo fue una sirena la que escuchaste. Sabemos que el paso de las ambulancias y los bomberos te desconcentran. Pero fíjate que llueve. Los tocorreños no están haciendo absolutamente nada. Son vagos cuando llueve y en tu homenaje hablan despacito, sigue...sigue, o sino nos matan.
Debajo de la cama del rey ausente, me sentí segura.
Si bien no entendía bien cual era el peligro exacto, supuse que lo mejor era esperar a que pasen los vándalos. Si, aqui, nada podía pasarme.

Un silencio sepulcral se adueñó de aquel cuarto. Solamente a mi corazón escuchaba en mi escondite.

Más...después de un largo rato, un murmullo iba tomando forma.
Entendí perfectamente que cientos de soldados regresando de meses sin mujeres, no respetarían el añejo portón con bisagras herrumbradas.

Y el murmullo se hizo ruído. Los animales del castillo salieron en estampida por el derrumbado portal y la soldadesca festejó el hecho de echar con hachas las últimas defensas y subió con sorna la escala real, en donde ya habían olido que había hembras escondidas.
Nadie sabía que Godofredo, el hijo del rey, llegaba con la tropa hambrienta de sexo.
A diferencia de los demás, él, subió despacio las últimas escaleras. Sabía que su padre no estaba. Estiró un aro de metal que estaba fijo en la pared y, una parte del muro se corrió a un costado, dejando al descubierto un pasadizo secreto que daba acceso al dormitorio del padre rey. No vio a nadie. Lejos estaba de suponer que la niña más linda del condado estaba escondida bajo la real cama.
Se recostó de golpe sobre la mullida cama.
Un guerrero que con armadura pesaba 123 kilos cayó de repente al lecho y de abajo se escuchó un gemido.
Mezcla de susto y presión, la niña pegó un respingo.
Una mano velluda la sacó de su escondite con rapidez y facilidad asombrosa.
Se miraron un rato largo.
El príncipe no podía entender la procedencia de este regalo de la naturaleza.
Con meses de abstinencia, no era raro que se le pusieran rojos hasta los ojos con los cuales estudiaba a este milagro perfumado.
Era la primera vez en meses que veía un ser roto en el medio. La sola visión de una persona que pudiera sangrar sin necesidad de que su espada la atraviese, le empezó a convulsionar su alma.
La flor, en cambio, temblaba.
Filemón, el fogonero, me mira desconfiado. Vuelve a fumar y pregunta:

-No creerás que soy gay, verdad ? Soy un hombre heterosexual.
Por el solo hecho de recordar mi vida anterior con nitidez, revelando que fui mujer, no quiere decir que mezcle las cosas. El plan de la naturaleza era que al nacer nuevamente, se borre de mi memoria todo lo anterior. Quien iba a suponer que un golpe en la cabeza me iba a devolver la memoria borrada por mi nuevo nacimiento.
-Lo se, amigo -le tranquilicé- Si bien eres uno, en diez millones, todo está bien. No te sulfures. Yo sólo escucho. Te juro que no me estaba riendo.
-Me pareció que me mirabas raro.
-Sigue amigo, sigue contando que ya no hablo más.
-No hablas pero grabas.
El príncipe acerca su rostro a escasos milímetros de la niña-mujer. Sus respiraciones chocan.
Calcula que ella tiene 17 años.

El enorme guerrero de 30 años (y 98 mujeres en su haber) recuerda -mientras la mira-, las palabras de su abuelo:

-El macho adolescente es un niño al que le están creciendo las alas.
-La hembra adolescente es una mujer con maquillaje de niña.


Permite...... que el primero, madure.

No permitas.....que la segunda, escape.
El príncipe, no pudo resistir mucho. El roce de su ruda mano con el rostro de la prisionera fue automático, casi mecánico.
Ella se había paralizado. Apenas sintió las manos del guerrero desvistiéndola. Tal era la suavidad con que lo hizo.
A medida que las prendas caían, él pronunciaba un  !Oh!
Es que después de haber cabalgado tantas praderas y atravesado ríos, estas montañas y valles no tenían rivales. Descubre aquí una mujer que estaba a punto de explotar.
La naturaleza se había esmerado al producir este ejemplar oculto entre los muros del castillo.
La piel de ella era seda. Sus cabellos largos trataron de ocultar las zonas más cuidadas.
Godofredo la acostó boca abajo en el enorme lecho de su padre. La joven desnuda, ofrecía estática su hermosa espalda. El la recorrió sin prisa, empezando por los talones. Desde allí comenzó a ascender lentamente tratando de que no se note su excitación desmesurada. Ella, siempre boca abajo, cerró los ojos. Abandonó pronto la idea de escapar escaleras abajo y se entregó a su primera experiencia como lo hacen las gaviotas en su vuelo inaugural.
La primera señal que tuvo el príncipe de que, a la dama agradaba ese suave caminar por su espalda, fue, un profundo suspiro acompañado con un, casi imperceptible temblor de la columna vertebral.
Cuando la mano de él llegó a la nuca de la bella, la virginal resistencia fue vencida, y en el castillo se hizo silencio.
O al menos, el silencio de los amantes, que es el que se produce cuando el sexo transpone los umbrales de este mundo.
La doncella giró para quedar boca arriba. Al no tener ya tela alguna sobre sí y, por lo tanto, exhibir su desnudez total, presentaba al heredero del rey, toda la promesa del universo encerrada en el bello púbico nunca explorado y rebelde.

El joven monarca devoró con la sedienta boca, todos los manjares expuestos en tan bella mesa.
A propósito demoró la penetración que la diosa pedía hace rato. Sólo bastante después, cuando ya los líquidos de ambos, amenazaban con el desborde, la lanza hirió a la virgen fruta con levedad primero y con salvaje ardor después.

Guerreros y cortesanas en la taberna del patio, callaron al escuchar de allá arriba los aullidos del amor. El canto de la sirena por primera vez...atravesada.
No hay melodía comparable al de la hembra poseída. Tal vez cien violines y un director de orquesta muy inspirado, puedan imitar el sollozo risueño o la risa llorosa de una verdadera hembra viajando por esos ignotos terrenos explosivos de un orgasmo bien alto.
Filemón, el foguista de la fábrica, cierra los ojos. Me dice que tratará de recordar lo que siente una mujer en el momento más intenso del orgasmo.
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Si yo tengo esa información me hago rico - pensé-.
Es cierto que hay manuales al respecto. Claro que los hay, y ya casi está todo dicho sobre eso . Están los informes serios de Masters y Johnson que son los mejores en ese campo, pero... nunca un hombre tuvo los datos palpitantes en su mente.
Es como si nuestro amigo hubiese heredado las terminaciones nerviosas de esta dama de palacio.
Rogué que no pasen ambulancias ahora. Mi paciente estaba en trance. Nuestras instalaciones son precarias y los ruidos ingresan libres a estrellarse en sus oídos y los míos. Pero lo que más le molesta son las sirenas. Lo cual me hace pensar que en otra vida, también puedo haber sido ladrón de bancos.
Si le hago esa broma ahora, es capaz de abandonar con un insulto este experimento. La sola idea me hizo reflexionar acerca de la importancia de estar callado en este momento culminante.
Aspiró profundamente el humo de su tercer cigarrillo y dijo:
Era yo... una chica hermosa -dijo el foguista amigo, cerrando los ojos nuevamente- y me di cuenta aún mejor, cuando el príncipe me lo dijo.

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A diferencia del hombre, el orgasmo en la mujer es un viaje más largo. En él, se pierde, por varios minutos, la noción de las cosas. El peligro, el tiempo y el lugar. No se desdibuja la identidad del hombre si una lo ama. Pero queda él... , con el rostro difuso debido a la neblina del placer. Y la montaña, de cumbre lejana, se alcanza por fin después de mucho.

La cima, en vez de ser puntiaguda, se constituye en una meseta, de fogoso tránsito. Mientras ese proceso dura, tiemblan las nociones de moral y se caen de la estantería todo lo aprendido en el colegio de monjas, los consejos de los padres y las advertencias de los médicos y las tías.
Los huesos tienden a salir se sus encastres y un escalofríos recorre cada capilar, formando en la piel, pequeños, minúsculos volcanes, que pugnan por incendiar las células epiteliales.
En el orgasmo de la mujer:
...la mente queda en blanco y pequeñas burbujas de colores ocupan el lugar de lo que era la memoria. Y la identidad se convierte en un dato extraviado en los volcanes. Y el único miedo que queda es, que alguien interrumpa ese momento. Si sucediera...supongo que una...muere como un cisne. Por que ? Por que toda la sangre se ha ido.
Han salido las células de paseo, por unos segundos, para ir al desfile de pasiones en esos estallidos multicolores que se desatan en las venas.
Y después están las luces.
Centellean como dos mil reflectores alumbrando los oasis del espíritu. Y te golpean la cara encandilando con su fuerza. Por eso es que no se ve que la muerte pasa cerca de los sanos pulmones, al producir jadeos tan incomprensibles como intensos.
La espalda se arquea sola, sin comando del cerebro.
Los ojos cerrados primero....se abren ahora incrédulos y aterrorizados. No por el temor a lo que está sucediendo, sino por el miedo a que esto....acabe rápido.
El foguista suda. Yo no se si lo nota. Pero, con una mano apoyada en la sien, parece querer taladrar su propio cerebro en busca de las imágenes de palacio.
Y este hombre rudo, de callosas manos, tiembla en su trance al verse mujer en su vida pasada. Su voz se vuelve -otra vez- fina. Y me dice:
-Veo más claro ahora. Los encuentros con el príncipe en su alcoba, fueron varios. Nos convertimos en pareja. Una pareja real con varios enemigos, debido a que yo era plebeya. Y nos quisieron matar. El segundo en sucesión contrató dos asesinos.
Fue entonces que encontré: una aliada. La hechicera del pueblo.
Ella me dijo que debía yo, escapar llevándome a mi amado.
Y me concedió la gracia de elaborar con ella un plan:
Debíamos subir los tres al torreón del castillo y con unas palabras mágicas, al beber una pócima especial, saltar desde lo alto para atravesar el tiempo y volar a otra época, donde nos sintamos libres de ataduras para seguir con nuestras vidas.
Fue así que al saltar desde lo alto, caí en una enorme alfombra voladora, tan común en esos tiempos. Y en la frontera de los tiempos, donde se regresa al presente, se escuchó un fuerte chasquido, y yo plebeya,  regresé a lo que era: el rudo foguista que habías conocido. Al abrir los ojos, me vi nuevamente en el presente, en mi pueblo, en aquel arroyo, donde me había golpeado la cabeza y todo, desde ese día, volvió a la normalidad.
Desde ese día, temeroso de las recaídas, paso lejos de los arroyos, de los mares y de los ríos, pues no quiero ya perder, ni en sueños, mi condición de varón, con otro golpe.
The end

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