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Carta  número   3

Tu dormías...yo (te) caminaba.
Primera parte
Nos dormimos a destiempo. Desperté de madrugada para observarte rendida.
Nunca había sucedido. Eso era siempre al revés.
Más…la lucha que tú luchaste, te dejó sin energías.

Me incorporé un poco a medias, para observarte con ganas. Estabas lejos, muy lejos ya de este mundo de los despiertos.
A mi juego me llamaron, me dije, con picardía.
Casi como al descuido preparé mi dedo del medio, que junto con el índice, formaron un caminante.
Sólo esos dos dedos: un muñeco palpitante.

Yacías bien boca abajo, como besando las sábanas. De modo que yo inicié mi viaje por tan suave espalda. Como muñeco, mis dos dedos y como objetivo: un paseo.
Comencé con ambos dedos a caminar la cordillera de tu columna. Bien por el centro siempre. ¡Como entiendo de caminos!
Para recorrer ese desierto alquilé a un beduino, un camello imaginario.

Las arenas de tu espalda te producían cosquillas, y ni ahí te despertabas.
En el tibio cuello, paré, y descendí del camello. Preferí seguir a pie para aspirar egoísta ese aroma que no se encuentra ni en los perfumes más caros.
Con dos dedos sorteé el musgo de esa nuca, donde nacientes lianas y espigas y juncos bellos, me indicaban que el cabello también estaba dormido.

Rodeando tus orejas, jugué con aquel zarcillo que de niña tu traías, y ahí si,... al sentir el roce, suspirando sin sentirlo, giraste el cuerpo despacio, creyendo quien sabe que sueños! y quedaste boca arriba.

En un acto de decencia, tu desnudez quise tapar. Pero tenía que seguir el viaje con los dedos caminantes. Total, mi reina dormía. Y la noche me ayudaba.
Caminando con dos dedos me tropecé con tus cejas. Resbalé párpado abajo, y dando tres volteretas me desplomé ya en tu boca. Terreno mío, lo llamas. Lo llamo: fuente de gozo.

Siguiente escala el mentón. También, mi querido amigo.
Es de ahí donde te sostengo cuando lamentas la vida. Lo sostengo en tus tristezas, lo beso en tus alegrías. Arriba el mentón vida mía!! te insisto cuando tú lloras.
Más viendo allá abajo tus senos, ¡que pronto dejé tu rostro!
Me monté a un trineo y mis dedos se acomodaron a los bordes del transporte para llegar a esos montes, que guardan nuestros secretos.
Me asusté con unos golpes que sentí en esa zona. No son acaso los pechos, el refugio de los niños? Donde acallan ellos sus llantos y encuentran paz, gran sosiego.
Pero al oír, con cuidado, me di cuenta que los golpes, son de tu corazón.
Pasé raudo hacia el sur, rozando casi el ombligo, que vi adornado con piercing. Un lujo. Una bella idea de mi reina, tan moderna.
Al seguir con mis dos dedos, semejando un caminante, con la brújula orientada, para no perderme del centro de tan bonito paisaje, divisé un bosque oscuro, frondoso y muy palpitante.
La enramada era, más baja, que la visitada en la nuca. Casi rala, ordenada. Era mi monte de Venus!!!
¡Que corto que fue mi viaje !- Me dije yo sorprendido.-
¿Y si sigo caminando con mis dos pies que son dedos?
Pero es que.....encuentro un problema. Ya no puedo dar ni un paso.
El terreno está anegado. Estoy ingresando a un pantano!!!
Esto es  Venecia.....socorro.......dadme un bote, con dos remos!!!!

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