Miguel Florentin
Carta número 4
Tu dormías (2da, Parte)
Ese día de verano, te volví a encontrar dormida.
Tú que hablabas, yo que escuchaba cuando decías mi nombre y unas gotas de sudor resbalaban por tu frente. El fruncimiento del ceño me indicaba pesadilla, acerqué un poco más la silla hacia el cuerpo palpitante.
Y si juego un antiguo juego?
Total tu, ya eres mía. Después de un brindis con vino, me juraste pertenencia, no es que pierdas la conciencia, pero entregaste el pergamino, que es como decir, el camino, a tenerte por escritura.
Ahhhh...una bella criatura que es para siempre mía.
-Soy tuya-, dijiste riendo...-haz conmigo lo que quieras.
Y ahora al estar dormida eres más mía que antes, porque ya no puedes verme y, sé que no es muy cristiano lo que pienso en este instante, pero mi vocación me lo pide: tocaré sobre ti, .....el piano.
Comencé con los dos dedos haciendo un caminante. Simulación palpitante de un serio señor que anda sobre un bote navegando, en las tres gotas de sudor que caían de tu frente.
Monté en mi bote tranquilo y las gotas me llevaron descendiendo hacia tus ojos.
Me atoré entre tus pestañas, esos abanicos divinos que se mueven cuando me explicas que me amas, que te crea, que no me burle ya nunca, o que empapas en tus ojos cuando el llanto te supera anegando tus pupilas.
Tuve que usar mucha maña para salir con mi bote de la atrapante pestaña que no se movió al rozarla y así fue que deslizando utilicé como rampa a esa nariz hermosa esperando que ese roce no produzca un estornudo. Me quedé yo como mudo para evitar despertarte. Usando como terraza esa nariz que yo adoro miré atontado tu boca que suavemente atenaza a mis labios cuando me besan.
Ahí encontré al beduino que me alquilara el camello en el capítulo uno de este vicio que ahora tengo, de recorrerte en tus sueños, de rozarte con mis dos dedos.
Y volvimos a hacer negocio: un camello por dos billetes, para el viaje que me espera. No es gran gasto si se considera, que será gratificante, y el recorrido amerita. Dejo entonces la canoa y me monto en el dromedario y en él... paso por tu boca, no la toco y sigo viaje, dejando atrás el mentón, recorro ahora tu cuello. Tendré que saltar muy ágil por aquella gargantilla que te regalara un día que estabas de cumpleaños.
Al pasar por el desierto de tu pecho que se movía, el camello muy ufano saludó a esas dos dunas, pues complaciente pensó que estaba ya entre los suyos, y yo que ya estaba nervioso lo palmeé en el pescuezo, le dije al animal: no mires amigo mío, que estos senos me pertenecen, pues se acaba de entregar mi amada, a mi latifundio.
Nunca supe si entendió, pues seguimos caminando, y al pasar por el ombligo donde las tres gotas goteando nos ganaron la carrera, logrando allí construir un lago suave y hermoso.
Son las gotas del sudor de este verano que mata –y que yo bien lo sabía- pero me dijo a mí el camello en excelente castizo: que es esto de pasear recorriendo maravillas, una a una las dos dunas y ahora en esta laguna que se asemeja en gran forma, a un oasis que a mí me incita a quedarnos a la sombra y beber, que estoy cansado de estos cruces arenosos.
No te apures animalejo que si miras bien a lo lejos, veras un monte crecido, le dicen monte de Venus, que a juzgar por mi experiencia y en base a este recorrido, mi amada –aunque se encuentre durmiendo- ha comenzado a vibrar al compás de nuestro viaje, pues estas cosquillas tan suaves que producen mis dos dedos, son como la pluma de un ave, le hacen sentir sensaciones y llueve sin estaciones en abundante cascada en la zona que te digo, y ahí sí que el oasis, es de extraordinario tamaño y es por eso –no te engaño-, que no quiero más que avances. Aquí te quedas amigo y yo solo sigo el viaje.
Eso sí, yo te agradezco que hayas atado a tu giba la canoa de la que soy dueño, que en la arena no servía, pero allí donde se juntan las dos piernas de mi reina, tendré que seguir a nado o usaré apropiadamente:
La canoa....con dos remos!!!