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El día en que el navegante se fue

Lloró la princesa la ausencia tan amada,
pues el príncipe que la besa, se ha ido ya por el río.
La razón que expuso fue que en respuesta,

a sus caricias extremadamente ardientes,
ella contestó su beso con un beso -demasiado- frío.


La niña mujer juró que en su desdicha,
le prometería casamiento a un transeúnte,
al primer juglar que cante en su ventana,
pues de castillos derrumbados se hacen siempre,
buenos  cimientos para un castillo nuevo.

Y cumplió la bella su venganza;
y al primero que acertó a pasar le entregó todo:
aquí tienes, - le dijo- mis ajuares,
diez cartas, dos fotos y el primer beso.

¡Haz conmigo lo que quieras!


Guarda, tira o esconde mis recuerdos,
pues, para que quiero conservar el oro,
si el arcón donde guardo mis tesoros,
ha sido mancillado por un amor fingido.

Y el pasajero eventual vio con asombro,
que la ofertante era muy rica en su belleza,
adornada con los lujos que da natura,
alistó pronto su arco con dos flechas.

Y le dio caza sin mirar siquiera a sus costados,
no sea que otro se adelante a estos manjares.
Y allá fueron los dos muy convencidos,
de que la vida es muy...muy generosa.


Esto no será amor, pero a nadie hago yo daño,
dijo –para sí- la bella en los extraños brazos.
Pues de que sirve la fama del primer beso,
si todo se destiñe en la fragua de los años.

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