Miguel Florentin
El tomo I
Almirante
LA BECA EQUIVOCADA
IEsta es la historia de un joven que después de mucho andar por su ciudad en busca de trabajo, decide aceptar una beca que hacía juego con su amor por los viajes y la sed de aventuras. No sabía, en el momento de firmar el compromiso, que acababa de comprometerse a: “La beca equivocada”.
El autor, a los veinte años, ingresa sin notarlo a un callejón de un solo sentido. Del cual, aún intentándolo, no puede regresar, no logra desandar.
Al firmar el documento de aceptación de “la beca equivocada”, nuestro protagonista se da cuenta tarde, que el túnel al que ingresó es angosto. No permite girar para volver al comienzo. Debe entonces perseverar en una carrera que detesta. No por falta de amor al mar, sino por una antipatía a la injusticia que descubre que hay en toda la cuestión militar.
Comienza ahí el calvario. Ingresa a un calabozo espiritual, en el que se amarga. En un rincón de esa “celda” llamada cuartel, se destaca de repente, la silueta de Octavio Parra, el ángel enviado a salvarlo del desastre.
Un compañero que en vez de estudiar con el, le da clases. Pero no solamente de las materias de la Escuela Náutica. Le da clases de vida. Este amigo es, posiblemente un libro abierto por el viento de las causalidades, hacia la más básica metafísica. Un verdadero diccionario de bolsillo, que nuestro becado aprovechará al máximo.
Es así, que arrancará los cuatro barrotes de su cárcel en Colombia, para hacer con tres de ellos un triángulo y colgarlo de una rama. Se servirá del cuarto barrote, para hacer sonar a aquel, como si fuera una campana, llamando a la esperanza, a la ilusión y a la decencia, lugar éste donde se asienta el honor.
Con esas herramientas, el pésimo estudiante descubre sin querer, que acaba de entrar a un instituto construido para luminarias académicas. Al no poder huir, tratará de sortear las cuarenta y dos materias que –como minas explosivas- le esperan en su camino. Se asusta al entender que la institución fue inaugurada sólo para prodigios, cuyos promedios no sean inferiores a 85 por ciento. Esconde entonces el suyo (46%) para que nadie lo vea, para que no lo expulsen de entrada. Lo ayudaba el hecho de ser un invitado extranjero, a quien no le revisan su equipaje académico. Una especie de inmunidad, que a la larga, en el desarrollo de esta historia, tendrá que justificar con creces.
Ahí es donde surge Octavio, el bastón, el guía.
El autor de estas anécdotas no logrará nunca terminar de agradecer a este buen representante de la juventud colombiana, quien aferrándose desesperadamente a ambos lados del precipicio, se ofrece como puente para que el visitante paraguayo pase al otro lado de la vida, para salvar su prestigio, para llegar a su meta, transido de dolor, quemado por el sol caribeño, adelgazado de tantos desengaños, ojeroso como los presos que no duermen, pero llevando en la mano el escudo de su bandera, el santo grial de su estirpe, el acento guaraní en su discurso final.
Es así que nuestro protagonista nos deja plasmada acá, una muestra de laboratorio, de cómo es la vida entera. Con un comienzo negro, un desarrollo gris y un final multicolor.
Es muy probable –para quien lo sepa ver- que este sea un manual de cómo remar para cruzar el océano de la existencia misma, en esa eterna lucha contra los tiburones imaginarios, que normalmente llamamos: problemas cotidianos.